jueves, 15 de enero de 2009

"La fuga adolecente"


No fue fácil escapar de la casa de mis padres con apenas trece años, pero papá vivía furioso conmigo y me agredía sin razón alguna, casi por costumbre, quizá porque el pobre era tan infeliz que necesitaba compartir esa infelicidad con alguien más, y la buena de mamá toleraba en silencio esos maltratos porque le tenía miedo a su esposo y a veces hasta los aplaudía porque pensaba, desde su severa militancia religiosa, que un poco de mano dura no le venía nada mal a su hijo mayor, tan sospechosamente tímido y solitario, así que, dadas las circunstancias, me vi obligado a preparar un plan de fuga para ponerme a buen recaudo de tanta violencia y tanto mal humor.
Como no quería volver pronto a la casa familiar y tampoco esconderme en casa de un amigo o pariente, pues con seguridad me delataría y devolvería con mis padres, pensé que debía conseguir dinero, todo el que pudiese, para escapar con los bolsillos llenos, pagarme un hotel decente y refugiarme de papá. No se me ocurrió una mejor manera de conseguirlo que metiendo mano en los cajones privados de mamá y robando su joya más valiosa, un collar de oro con piedras preciosas que sus padres le regalaron cuando se casó, a principios de los sesenta, en una iglesia de Lima, con el único novio que había tenido, mi padre. Con esa joya en los bolsillos y una radio a pilas para oír los programas deportivos del gran Pocho Rospigliosi, me eché a correr dos o tres kilómetros, cuesta abajo, rumbo a la carretera, por las curvas pedregosas de Los Cóndores, el pequeño cerro en que vivíamos, lejos de la ciudad. Llegué jadeando a la autopista, trepé a un bus lleno de gente abatida y, una hora después, libre y asustado, bajé en un parque del centro de la ciudad. Si quería comer y dormir en un hotel, tenía que vender la joya de mamá. Después de regatear con facinerosos, pícaros y malandrines que compraban, en locales de terror, joyas seguramente robadas, acepté la mejor oferta y corrí como un demente con un fajo de billetes, muchos menos billetes de los que ese collar valía, pero muchos más de los que nunca había tenido en mis manos. Estaba eufórico: con tanta plata, podría vivir lejos de mi padre un buen tiempo.
No imaginé que, siendo menor de edad, se me haría tan difícil alojarme en algún hotel mínimamente digno, pero, después de que me echaran de varios hoteluchos, riéndose de mi rostro imberbe y mis torpes balbuceos cuando me pedían un documento, se me ocurrió que, si ofrecía un soborno amigable, tal vez el caballero de la recepción relajaría sus exigencias y, a despecho de la ley, me permitiría hospedarme. En efecto, pagué la coima, me inscribí con otro nombre, el de un amigo del colegio, y me encerré en la habitación a comer con desmesura y hacer algo que tenía prohibido en casa de mis padres, ver televisión, ese aparato que, según mamá y sus guías espirituales, difundía el vicio y el pecado, y al que, años después, entregaría el alma.
Durante semanas, casi un mes, no hice sino eso, comer y comer en la habitación, comer todos los dulces que papá no me hubiese permitido, porque él nunca comía dulces y decía que los postres eran para las mariquitas, tirarme en la cama a ver telenovelas o programas cómicos mientras imaginaba a mis compañeros aburriéndose en el colegio, leer los pasquines de la prensa peruana y, con mayor fervor, las revistas de mujeres desnudas que compraba, lleno de culpa, en las raras ocasiones en que salía a caminar por esas calles de Miraflores, cercanas a los acantilados por donde se arrojaban los suicidas y al mar en que la ciudad vertía sus ríos de excrementos.
Estaba seguro de que mis padres no me encontrarían en ese hostal de tres estrellas, pero no podía estar seguro de que estuviesen buscándome.
Fue mi pasión por el fútbol la que me indujo a cometer un error que interrumpió esas vacaciones adolescentes con dineros mal habidos. Esa noche jugaba mi equipo favorito, el Cristal, y no podía faltar en el estadio Nacional, tribuna de occidente, para aclamar a mis héroes. Siempre o casi siempre que Cristal jugaba en Lima, yo corría a la cancha con permiso o, casi mejor, sin permiso de mi padre. Por eso, papá contrató a un detective, que era un policía en su día libre, y, tras entregarle una foto mía, le encargó buscarme esa noche en el estadio Nacional, tribuna de occidente, porque él y yo sabíamos que no podía perderme ese partido contra la U.
Apenas habían jugado quince minutos y ya Cristal llevaba un gol de ventaja, cortesía de Percy El Trucha Rojas, y yo gritaba desde mi banca, víctima de esa enfermedad incurable que es el fútbol, cuando un sujeto corpulento me tomó fuertemente del brazo y me dijo:
-Ven conmigo, chiquillo, que tu viejo está afuera.
Lo miré, asustado, y él me calmó:
-No te preocupes, soy oficial de la policía, tu viejo me ha contratado para buscarte.
Mientras subíamos las gradas hacia la puerta, me advirtió, sin soltarme del brazo:
-Ni pienses en correr, que te meto un buen combo y te rompo la cara.
A la salida del estadio, mi padre esperaba en su auto. Al vernos, bajó del coche, me abrazó como nunca me había abrazado y, para mi sorpresa, preguntó:
-¿Quieres terminar de ver el partido?
Papá, el policía y yo volvimos al estadio y vimos ganar a Cristal, pero yo me sentía triste y avergonzado y por eso no pude gritar los dos goles más que marcó mi equipo. Papá tampoco los gritó porque era hincha de la U.
Luego me llevaron al hotel a recoger mis cosas. Nunca olvidaré la sonrisa de orgullo de mi padre cuando vio las revistas de mujeres desnudas sobre mi cama.
Al llegar a casa, mi madre me preguntó si había ido a misa todos los domingos, pero no me preguntó por su collar de piedras preciosas.

Jaime Bayly
22 de Agosto de 2005

2 Reacciones pervertidas:

david [la rana] ricardo dijo...

lo leia, lo leo y derrepente lo leere, pero sus opiniones no me gustan...

supongo que su vida es muy interesante, la forma como la llevo y las opciones que eligio...

muchas veces me identifique con su forma de escribir y la manera como contar cosas y sentir...


saludos!!!

Anónimo dijo...

Con razón... Este es el hombre por el que Enrique Iglesias se haría gay ja jaa

Vaya me gustaria tener una historia de la niñez tan interesante para contar.. Voy a hacer memoria!

 

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